Carta 1

Jueves, 22 de mayo

Para la Reina más Reina de todas las Reinas

Quiero decirte, con estas palabras demasiadas usuales y nada rebuscadas, que no hay intención más grande en mí que no sea desear que la estés pasando de lo mejor, ahí en donde te encuentres, con quienes te rodeen y no importa en los brazos de quienquiera que fuese. Por otro lado, a pesar de que tus sentimientos hacia mí en nada me favorecen, una gran dicha me embarga al saber que tus agraciados ojos, en algún momento, se encontrarán con este mensaje, que es para ti, en absoluto. Nada más, o mejor dicho, no debería seguir. Pero es difícil, me cuesta no imaginarte. ¿Dónde andarás? ¿Qué estarás haciendo? Cuando te acuestas, cada noche, ¿en quién piensas? En mí no; seguro que si me asomo a tus recuerdos (las inusuales veces), es para inconarte la dicha, no para otra cosa. Y qué puedo hacer, dime; “nada”, dirás dentro de ti, y tu ausencia, que hasta entonces me habrá sepultado, lo sentiré cual caricia divina, con alivio. Eso o lo que venga, mientras tanto, con esta madrugada y el frío que me congela los dedos, hoy sólo quiero perderme en este laberinto de letras y no encontrar nunca la salida. Aquí es donde me siento conforme, y acaso luego el onanismo hará lo suyo y borrará por un rato tus imágenes.

Quiero decirte, también, que si con mis disculpas se pudiera aliviar todo ese pasado malo que nos envuelve, entonces, mis discursos durarían una eternidad; mas como sé que eso no es suficiente, doy por resuelto que mis pretensiones son de muy diferente cometido. Quizás solo te escriba para darte las gracias por estar ahí, viva; o quizás para sentirme bien conmigo mismo; pero más aún, mis intenciones van más allá de lo que puedas concebir: imaginarme junto a ti en un mundo lleno de perfecciones, donde no existan recuerdos malos, donde el sol brille siempre y todo esté al alcance de nuestras manos. Y contemplarte a cada segundo, gloriosa, resplandeciente, sin pensar en el ruido de las calles y sin dudas asfixiantes rondando cerca de nuestros actos. Sin esa maldita intrusión de presentimientos y reproches que nos enferma tanto, sin odios, sí con la tibieza de un abrazo y dulces caricias, sí con el eterno resplandor de los encuentros que traen consigo apacibles dichas, sí con nuestras manos entrelazadas en el tiempo sin contaminar...

Cómo quisiera modificar el tiempo y concebir el adecuado aspecto que tu agrado merece, y no ser lo que soy sino lo que tanto ansías. Volver atrás y que me encuentres con placer, con ganas de que siempre permanezca a tu lado...

Cómo quisiera cambiar tantas cosas...

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